Si me preguntan si creo en la inmortalidad, les digo que sí. Toda persona es inmortal
durante un tiempo. Puede que nuestra consciencia no sea inmortal, pero si
nuestras ideas. Se podría decir que aun
bailan las cabelleras del fuego de Heráclito en las hojas de la filosofía
occidental. Que viven en la poesía de nuestros días los cantos de Homero. Que
vive en el filo de Grecia la espada de Alejandro Magno, y en su mesura
Sócrates, y en su locura Dionisio. Que vive en la moral de los cristianos las palabras y
las acciones de Cristo. Que viven en nuestra América nuestros pueblos originarios, únicos y
verdaderos redimidos del olvido. Qué en los peronistas vive Perón y Evita, y
que con Néstor Kirchner aparecen los desaparecidos. Que viven en nuestros días filósofos, poetas, músicos, guerreros y
valientes que perpetúan o expanden sus
ideas a tiempos futuros remotos o efímeros. Pues es que el mero estar no es una
condición natural en la que vivimos, o tenemos que vivir. La tragedia del
hombre es el paso del tiempo. Su compromiso es trascender. Ser inmortal el
mayor tiempo posible, es la idea del que buena voluntad tiene, y la moral
consiste en que aquella cosa por la que quiere hacerse inmortal un hombre sea una causa noble y justa. La única muerte es el olvido. Bienaventurados
aquellos que quieran perpetuarse en las memorias de los que también serán olvidados.
Pobres de aquellos que caerán al abismo tan rápido como el tiempo en que
vivirán sus vidas, si no llenan el vacío de la tragedia de su condición
existencial. Sean grandes los que
prefieran el olvido, a entregar su memoria a las injusticias de un mundo sin el
goce del amor, lo buenos momentos, el arte, la música y la justicia social. Es lo que pienso.